Cuando observamos el mar en toda su inmensidad desde una costa, parece casi imposible que nosotros, los pequeños humanos, podamos haberlo dañado en toda su magnitud. Y, sin embargo, no hay porción del océano que no hayamos perturbado. No sólo porque lo hemos ensuciado con productos químicos inexistentes en la naturaleza (que, por lo tanto, son indigeribles para ella) o con petróleo y plásticos de todos los tamaños. O porque hayamos abusado hasta el extremo de su actividad biológica hasta dejar ecosistemas enteros en el colapso o al borde de él. Es también porque estamos modificando la composición intrínseca de las aguas que rodean a los continentes de una manera tan alarmante que es inevitable que se nos vuelva como un cachetazo a los que vivimos inadvertidamente sobre tierra firme.
Todo esto sucede por el exceso de producción de gases de efecto invernadero y el consecuente calentamiento que se genera en el clima terrestre a causa de su acumulación. Y la adicción maldita de nuestras economías a los combustibles fósiles es la única culpable de lo que está sucediendo.
El 93 por ciento del calor que se produce vía cambio climático va a parar a los mares, señaló un reciente estudio publicado en el Journal of Science Advances. Sólo el 7 por ciento va a dar a la atmósfera, que es lo que causa el derretimiento de los glaciares de montaña, así como los de Groenlandia y la Antártida, con el consecuente aumento del volumen global del océano.
Producto de todo esto, en los últimos cincuenta años (1960-2010), la temperatura del agua subió medio grado. Nos puede parecer una pavada, pero no lo es. Por ejemplo, el agua más caliente se está comiendo literalmente las plataformas continentales de la Antártida, que son gigantes barreras de hielo que actúan como una especie de corcho de los glaciares terrestres. Una vez que le sacás el tapón a la botella, se escapa el champán. Y eso es lo que va a pasar cuando los grandes cuerpos helados se deslicen del ahora llamado continente blanco porque no tienen freno de mano. No querés tener una casita en la costa bonaerense en el momento que eso pase.
Cuando calentamos agua, lo que hacemos básicamente es remover los gases que se contienen en ella. Y el más popular de los gases entre los seres vivos es, naturalmente, el oxígeno.
En el último medio siglo, se perdió un promedio de 2 por ciento del oxígeno del océano. En algunas regiones, sin embargo, esa pérdida fue de 4 por ciento. Parecerá, otra vez, una pavada, pero esto puede destruir ecosistemas enteros, advirtió un estudio publicado en la revista Nature. Muchas especies podrán migrar buscando aguas en las que se pueda respirar mejor, pero otras no tienen destino, particularmente las del Artico. Para ir más al Norte, tienen que irse directamente a otro planeta.
El Artico es la región más castigada del mundo entero. Y lo que sucede en su océano debería dejarnos los pelos de punta. Lo más evidente es la reducción del hielo marítimo, cuya extensión máxima en la época invernal es, paradójicamente, cada vez más mínima. Nos puede importar poco, porque esto queda súper lejos. Pero no me quedaría tan tranquila. La banquisa (así se llama el hielo oceánico) causa alteraciones en todo el clima global. Al desaparecer, los rayos del sol que naturalmente se reflejan hacia el espacio sobre la superficie helada, en vez de rebotar, son absorbidos por el mar oscuro, que así se recalienta más. Y esa agua calentita se va comiendo también los glaciares flotantes de Groenlandia.
Groenlandia pierde tanto hielo, que cuando uno camina sobre sus glaciares –lo he hecho– se encuentra con grietas profundas, a través de las cuales brotan manantiales con una fuerza increíble. Son verdaderos ríos que han dejado su estado helado para ir a dar al mar. Y cuando esa agua fresca ingresa al océano con tanta intensidad, lo que hace es alterar su dinámica. Entonces, se modifica el balance existente entre el agua dulce (menos densa) y la salada (más densa), que es clave en la circulación de las corrientes marinas. Y, por eso, todo el sistema de corrientes, que son como esas cintas sin fin en las que circulan las valijas en los aeropuertos, se está desacelerando. Hay científicos que advierten –incluso– que podría detenerse.
Fuente:www.clarin.com